Los delirios dionisícos de la ciencia
La tercera novela de Julián López y lo hizo otra vez. Si en Una Muchacha muy bella (2013) fue capaz de hacer poesía con la oscura década del 70. Si con La ilusión de lo mamíferos (2018), su lirismo estuvo al servicio de sexo, el amor y la soledad, ahora sube la apuesta. Se asume como un arquitecto del lenguaje, con el consecuente riesgo de que se desplome la obra a mitad del camino.
Me envuelve, me traga, desciende cerúlea y sigue en su marea, se desliza y desintegra las partículas suspensas en el aire, esos corpúsculos que el ojo desenfocado revela en forma de sierpes microscópicas y quietas.
Este es el párrafo que inaugura la novela. Sirva como muestra para el ingreso de un lenguaje que, al igual que su personaje, comenzará intentando ser apolíneo en sus observaciones microscópicas. Por momentos detienen el devenir del tiempo, congelan las escenas en un paisaje nevado y brumoso.
La historia transcurre en Sbörnika, a orillas del río Tzäcjara. El narrador es un joven médico que junto con su mentor, el doctor Blavatsky, capturan a un vagabundo y lo encierran en el sótano, devenido laboratorio, de la mansión del viejo galeno. Los ayuda Ávida, una asistente tan sumisa como desconcertante.
Decidimos la pertinencia de nocturnar sin vela en las instalaciones preparadas a tal fin y recibimos, a guisa de refrigerio, juntos con las toallas de lino, las pastillas de savonette y la botellita de loción bucal, un tarjetón para el restorán donde servirían panecillos embebidos en cuajo y un regio tazón de grasa.
La arquitectura el lenguaje
En todo el relato el lenguaje y la trama, constituyen un solo organismo indivisible. Conforme avanza, se alimenta y crece, tornándose cada vez más dionisíaco, como el narrador. No tendrá pudores en revelarnos sus deseos más psicodélicos. Terminará abandonando ciertas formas externas y se hará cargo, mediante los hechos, de sus pulsiones más estrambóticas.
Estarme en el hocico siempre humedecido por esta leche que gotea muerte, por estos orificios fecundos de pelos que huelen a vientre. Estarme así sin luz en las pupilas, sin intención.
Novela para leer en voz alta
El lenguaje se retuerce dentro de un caleidoscopio, por momentos metálico y por otros aterciopelado, de ratos iluminado y de a ratos oscuro. Tan abigarrado de olores, sonidos, texturas que la lectura será en 3D. Un lenguaje que se mofará de cualquier corrección y que se apropiará de cada palabra, la usará a su antojo y capricho, adorando el desenfado barroco. Se urdirá tan sonoro, que obligará al lector a degustarlo leyendo a viva voz para escuchar la cadencia, el ritmo frenético de la prosa que derrama poesía.
La novela El bosque infinitesimal irá adquiriendo un increscendo feroz, se difuminarán los contornos de las cosas, se diluirán los límites de la palabra, no habrá género, humanidad, ni animalidad, y todo será un amasijo de placer y delirio.